EL PATRIARCADO EN LA HOMOSEXUALIDAD Y LA
DISCRIMINACION DE GÉNERO
María Fernanda Pérez García
"De la
recuperación de la maternidad depende el que la humanidad tenga o no tenga
futuro; esta recuperación necesariamente supondría la recuperación de la
sexualidad femenina y la recuperación de las relaciones armónicas entre hombres
y mujeres: no hay otro modo de recuperar la maternidad"
Casilda
Rodrigáñez
La
Cosmovisión de los seres humanos, la globalización social y el rol jerárquico
de las familias contemporáneas, sustenta la figura del hombre como un ser
evolucionado, una pieza clave que ha mantenido la supervivencia de la sociedad;
minimizando la percepción de la mujer a tal grado de ser sólo un acompañante
que presenta la inmaculada capacidad de procrear; a su vez, repugna cualquier
otra orientación sexual a tal grado de ser una aberración humana. Estas líneas,
podrán parecer irracionales, machistas y hasta sociópatas; lamentablemente, exhiben
la cruda realidad que sigue vigente en el siglo XXI.
La
figura del hombre como el macho alfa, el líder, el rey, el emperador, etc., se
pueden resumir en la figura “prototípica del macho (Florescano,
1995)”; sus rasgos distintivos y el papel central que ocupa en todas las
culturas del planeta, se destacan desde milenios atrás.
Como
afirma Manuel Fernández Perera (1995): “mientras el macho fue impune (más aún,
venerado, temido y obedecido ciegamente) y campeón por su estricto dominio, el
mundo entero, no tuvo tal denominación”. Esto nos hace saber que el mito del
macho es una construcción moderna, una elaboración contemporánea del poder del
hombre en la sociedad, tesis que existe desde el principio de los tiempos, que
se proyecta en la historia, pero imposible de rastrear más allá del siglo XIX;
lo cual nos hace reconocer que la mayoría de las luchas "feministas"
de fines de aquel siglo fueron, en efecto, libertarias, pero no contaron con que
la definición del macho surgió en su época.
“Habrá
que señalar, por principio de cuentas, que como con todos los prototipos
cuajados en el añadido de leyendas, trazos esquemáticos, lugares comunes y
dichos, la figura mítica del macho, es una creación social y una imagen
colectiva (Fernández, 1995)”. Este perfil está anclado eminentemente en los
mecanismos de la dominación, la sujeción, la imposición y el avasallamiento
tanto personal como social, que se origina como en el Patriarcado[1],
forma de organización que por milenios se ha amasado en el pensamiento del ser
humano.
Estamos
entonces frente a un fenómeno de carácter universal y ancestral. Pero también
habría que señalar enseguida que esto no implica una suerte de resignación
determinista, sino el simple reconocimiento e identificación de su probable
sustento en el resabio. Esto es, por una parte, una superioridad de la fuerza
física (en la absoluta mayoría de los casos) y, por otra, su manifestación en
el conjunto de los comportamientos y pautas de conducta heredados por la
reproducción cultural. Por asombroso que parezca, nunca antes como en la
actualidad se había hecho tanta turbación por el Patriarcado pues se
visualizaba como una regla bastante común.
El
imperio ancestral del hombre siempre ha tenido manifestaciones culturales y
representaciones dirigidas al despliegue social y a la consolidación de su
poder: cetros, coronas, tronos, altares, espadas, relámpagos, flechas, atavíos,
y sus correspondientes en el terreno de los epítetos, invocaciones,
formulismos; “el culto al cuerpo, la fuerza física y la guerra, y todo tipo de
ceremoniales, conformaron el gran aparato simbólico de la masculinidad y sus
emblemas del poder (Florescano, 1995)”. Desde
aquí podemos ver que son pocos los vestigios de cultos centrados en imágenes
femeninas y muchos de los que existen cuentan con la contundente suplantación
absoluta y definitiva por la figura masculina, que asumió la preponderancia
desde la religión hasta el comercio, desde el control político hasta la
autoridad doméstica. Nuestro particular sistema. Heredero del paterfamilias romano
y el patriarca semítico (sus dos más evidentes cimientos, junto con el acusado masculinísimo
de las culturas indígenas), ha reproducido hasta la actualidad esa hegemonía
prácticamente sin rupturas aunque no sin descalabros.
En
la Edad Moderna, y más concretamente desde la Ilustración, se ha ido minando de
modo progresivo esa supremacía patriarcal, con la participación y la presencia
pública del otro género: la mujer, símbolo de prosperidad y abundancia; pero
también es en esta época donde se da la germinación, aunque aún negada, de las
diferentes tendencias sexuales.
“Se
ha tratado, en lo fundamental, de la crítica consistente del poder político
concentrado en una solo persona y de su creciente atribución a otros cuerpos
sociales: la burguesía, el campesinado, el proletariado, el pueblo, las mesas,
por medio del Estado y de instituciones políticas representativas (Florescano, 1995)”. Movimientos que transforman a la
sociedad y su cosmovisión, no sólo abordados por la mera cuestión del género,
aunque lo ha mezclado sin duda, y que se ha multiplicado en incontables luchas
libertarias con honda repercusión en las representaciones colectivas, el imaginario
social, los estilos de vida y las culturas que las han transformado.
La
cultura contemporánea se ha encargado de dar al mito del Patriarcado sus más
prototípicas representaciones, patrones de conducta, atributos imprescindibles
y demás alardes de su configuración; la reiteración nominalista como sujetos de
jerarquización dominante, el afán de superioridad, la presunción de nunca aceptar
una derrota aunque se esté equivocado y demás atributos que vuelven al hombre
el dueño y señor de lo que le rodea.
Como
menciona Marta Fontenla (2005) “El patriarcado o poder del padre, a diferencia
de lo que se cree no es simplemente machismo, es penoso ver tanta lucha
infructuosa entre hombres y mujeres, sobre quién es el más fuerte, quién es el
más violento, es triste ver tanto odio recíproco”. El patriarcado básicamente
es una estructura, un engranaje social que se configura empezando con la
estructura familiar triangular madre-padre-hijo. En esta estructura se anula la
capacidad y despliegue de la sexualidad de ambos, particularmente de la mujer,
hablando de sexualidad femenina hay que referirse en su término más amplio que
involucra también al desarrollo de la maternidad, que es el desarrollo de todo
ser humano, porque nuestra estructura inicial depende del tipo de maternaje y
entorno que tuvimos, por lo tanto, el patriarcado con la institución del
matrimonio limita el desarrollo y expansión de la sexualidad de la mujer que
configura la estructura de los nuevos seres y que pega muy fuerte en la
estructura de la mujer, me centro en ella porque ella es la que luego trae otro
nuevo ser.
El Patriarcado es tomado como un
producto secundario de la tendencia caracterológica introducida por los
estudios psicológicos; sería contrapartida de la tipología de la mujer histérica,
la clasificación de las perversiones, la sexualidad infantil y otros patrones
de conducta que se fueron fraguando poco a poco desde el siglo XVIII y que
alcanzaron su consumación en las teorías de Sigmund Freud y otros psiquiatras.
Tendría equivalentes en otros intentos de fijar y reglamentar con criterios
pretendidamente científicos las patologías, perturbaciones, desviaciones,
traumas, complejos y otras manifestaciones tipificadas como anormales o
aberrantes. Esto es, los meandros de la psique, antes patrimonio exclusivo de
las regiones y las doctrinas espirituales que la llamaban "alma" o
"espíritu".
Esto quiere decir que se denomina al
patriarcado como una forma de represión de la homosexualidad.
Nuestro
siglo fue particularmente pródigo en este tipo de análisis -no pocas veces
imbuidos de férvida imaginación y desatada fantasía-, que en sus afanes de
aguda observación y disección a ultranza llegaron a generar postulados tan
traídos de los pelos como el que vislumbraba la latente homosexualidad del donjuán,
o su fatídica desgracia traumante al no poder encontrar plena satisfacción con
una sola mujer, y muchas otras patrañas más que llegaron a calar en la opinión
general y a volverse lugares comunes, integrándose al mito (En lengua española,
algunos trabajos del Dr. Gregorio Marañón sobre cuestiones sexuales y del
uranismo, a partir del Corydon de André Gide, fueron sonados y parecieron
bastante atrevidos alrededor de los años veinte.)
La
violencia de género fue definida por las Naciones Unidas en el año 1993 como
“Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o
pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico
para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la
privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vía pública o
privada”. Es fundamental la definición que proporciona Naciones Unidas porque
sitúa la violencia de género como algo que afecta a las mujeres sólo por el
hecho de ser mujer.
Según
el antropólogo Marvin Harris las sociedades patriarcales son aquellas en que
los puestos claves de poder son ocupados mayoritaria o exclusivamente por
varones. Eso es lo que ocurre en nuestra sociedad a pesar de los esfuerzos: las
caras del poder económico o político siguen siendo en su mayoría de hombres.
Sin embargo, no existe ninguna norma ni discriminación explícita contra la
mujer.
La
catedrática Alicia Puleo define dos tipos de patriarcados, los de coerción y
los de consentimiento. “Mientras que los primeros utilizarían más la violencia
contra las que se rebelen ante las normas consuetudinarias, religiosas o
jurídicas, los segundos incitan amablemente, convencen a través de múltiples
mecanismos de seducción para que las mismas mujeres deseen llegar a ser como los
modelos femeninos que se les proponen a través de la publicidad, el cine, etc.”. La sociedad humana es entonces en una
sociedad patriarcal de consentimiento.
Habría
que analizar lo que autoras como Gayle Rubin han llamado el sistema sexo-género
al que pertenece la sociedad actual española, las características
socioculturales que se atribuyen a cada sexo. Así se descubrirán las causas de
la discriminación y en consecuencia de su manifestación más extrema que es la
violencia de género.
La
persona a lo largo de su vida forja su identidad en relación al sexo al que
pertenece. La historia ha destacado como cualidades masculinas “la fortaleza” y
en las mujeres “la debilidad”. Conocida es la frase atribuida a la madre de
Boabdil, el último rey nazarí, después de perder Granada “llora como mujer lo
que no supiste defender como hombre”. En nuestra sociedad aún se considera que
los hombres no deben expresar sus sentimientos. En cambio en las mujeres existe
todavía una idealización de las relaciones afectivas justificadas en elementos
socializadores como el cine que hacen que, como señalan Laura Torres y Miguel y
Eva Antón, las mujeres perciban como normal el hecho de sufrir por amor, o que
todo vale por conseguir al ser querido. Tampoco las connotaciones de las
palabras son inocentes, como “soltero de oro” y “solterona”, que hacen que la
mujer se sienta más aceptada si tiene un hombre al lado. Otro componente son
las categorías, es decir, el valor que se da a lo femenino y lo masculino.
Nuestra sociedad es deudora de un pasado en el que las aportaciones femeninas
no eran valoradas, ya que existen muchos ejemplos de autoras que tenían que
firmar con nombres de varón como Elisa Fernández Montoya, o como la escritora Caterina Albert que
publicaba bajo el seudónimo de Víctor Catalá.
Hoy
esa infravaloración se observa en temas como la escasa atención al deporte
femenino o en los premios culturales, que todavía en nuestro país están en un
90% para ellos y un 10% para ellas, y también en el rechazo y escaso valor que
la sociedad otorga al trabajo en el ámbito privado, tradicionalmente de mujer.
Después
vendrían las normas, las diferentes reglas de comportamiento para mujeres y
para hombres. No hace tantos años en España una mujer casada no podía contratar
una línea de teléfono sin el consentimiento de su marido. En la actualidad no
hay desigualdad jurídica, pero aunque no haya una norma escrita las
estadísticas demuestran que las empresas sienten reparos en contratar a mujeres
en edad fértil.
Detrás
de las normas vienen las sanciones, la penalización que la sociedad pone a
quien se sale de esas reglas establecidas. Hasta hace no tanto en nuestro país
la mujer adúltera tenía mayor castigo penal que el hombre. En la actualidad los
adolescentes reconocen que no es lo mismo que un chico vaya con muchas chicas,
que lo haga una mujer.
Todas
estas características del sistema sexo-género o del patriarcado de
consentimiento se traducen en una subordinación de lo femenino a lo masculino y
por lo tanto en una discriminación.
El
pasado no se borra
Existe
un pasado difícil de borrar y unos elementos socializadores como los medios de
comunicación, la educación o la familia que lo perpetúan. Aquí es donde reside
la complicidad y culpabilidad de la ciudadanía. El momento en que aceptamos
como normal algo que no lo es. Cada vez que aceptamos que una mujer cobre menos
que un hombre, que su trabajo sea más precario o cuando pensamos que el
maltrato de una mujer por parte de su pareja es fruto de un problema que sólo
les afectaba a ellos. Porque detrás de esa mujer estaba la asunción de que vale
más si tiene un hombre al lado o que es normal sufrir por amor. Detrás de ese
hombre están las voces que desde niño le dicen que no podía mostrar sus
sentimientos y todo lo que le ha llevado a asumir un sentimiento de
superioridad y dominación.
La
sociedad entera tiene en sus manos, por tanto, combatir la violencia de género.
El primer paso es la educación trasmitir desde los contenidos educativos un
mismo valor a las aportaciones femeninas y masculinas. Introducir en la escuela
y en casa una mayor atención a la educación emocional de las niñas y de los
niños.
También
los medios de comunicación tienen su papel en esta lucha. El asesinato de una
mujer nunca debe ser transmitido como un crimen pasional o un caso aislado, las
noticias deberían hacer reflexionar sobre la ideología que hay detrás e invitar
a toda la población a combatirlo. La implicación va más allá de incluir un
número de teléfono cada vez que se hable de maltrato.
Quiero
recapitular que el patriarcado ha existido desde la época de los primeros
hombres ya que, dentro de estas el hombre era el que aportaba se veía como el
que llevaba el sustento a si se le dio el poder podría decirse que era un
patriarcado encubierto y no tan explicito, desde entonces se denomina a la
mujer como la que recibía y que la cuidaba de los hijos y la que atiende al proveedor, la
perspectiva de la religión con la
aparición del primer hombre y la primera mujer ejerciendo un patriarcado un
hombre que fue tentado por una mujer y expulsado del paraíso luego creo a un hombre a su imagen y semejanza un
dios que para ser específicos es hombre se deriva a la mujer de la importancia
que debe tener desde las sagradas escrituras se ve como la dócil la que obedece
la que no se queja y sufre por los hijos, si
avanzamos durante la historia del patriarcado nos daremos cuenta que el
hombre siempre ha figurado como el papel importante dentro de la sociedad,
dentro de la familia, como puedo decir que el patriarcado existe dentro de la
comunidad gay, lo podemos ver desde la perspectiva de identidad de rol, esta
identidad que nos otorga la sociedad
para hacer las cosas que hace una mujer y las cosas que debe realizar un hombre,
a que me refiero a que aunque nuestra identidad sexual nos diga que
biológicamente somos hombres o mujeres el rol es que el que define nuestras
relaciones interpersonales, por ejemplo en las parejas homosexuales siempre
existe una personalidad dominante la cual toma el poder por eso es muy común
ver entre parejas del mismo sexo dos roles muy marcados de hombre o mujer, el
patriarcado se reproduce desde el hecho de denominar dentro de la comunidad
homosexual a un activo y un pasivo intrínsecamente se vuelve a denominar el rol
que define la posición de poder en la que se van a encontrar, que pasa con la
diversidad que existe en la homosexualidad, porque existe la discriminación
entre esta comunidad la clave está en que se reproduce el patriarcado cuando
adoptamos el rol que define ser hombre o mujer esto pasa con los travestis, su
rol es de comportarse como una mujer pero su identidad sexual biológica es
meramente masculina, son agredidos por la comunidad gay podríamos decir que el
patriarcado se sigue reproduciendo aun en las relaciones homosexuales
excluyendo dentro de este grupo a todo a aquel
subgrupo que se comporte de manera diferente o no cumplan con las reglas
que entre esta comunidad se imponen, creo que en esta parte deberían unirse
como grupo luchando por sus derechos y protegiendo a los subgrupos que están
en nuda vida.
FUENTES
BIBLIOGRAFICAS
· FERNÁNDEZ,
Manuel. “El macho y el machismo”. Ed. Aguilar. México, 1995.
· FLORESCANO,
Enrique. "Mitos mexicanos". Ed. Aguilar. México, 1995.
· FONTENLA,
Marta. “Diccionario de estudio de género y feminismos”. Editorial Biblos.
Argentina, 2008.
· ROBLES,
Javier “la familia nueva”. Editorial Pax México. 2013.
· L. FRANZOI, Stephen. “ psicología social”
.editorial Mc Graw Hill.1996.
DOCUMENTOS
ELECTRÓNICOS:
· “Crianza
y Sociedad” (2007). Recuperado el 27 de agosto de 2015, de http://crianzaysociedad.blogspot.mx/2011/08/
· “La
sociedad patriarcal como causa de la violencia de género” (2013). Recuperado el
23 de agosto de 2015, de http://tribunainterpretativa.com/sociedad-patriarcal-como-causa-violencia-genero/
[1] En
su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente el término
ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la
autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que
formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es,
claro está, una de las instituciones básicas de este orden social (Fontenla,
2008).
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