sábado, 29 de agosto de 2015

EL PATRIARCADO EN LA HOMOSEXUALIDAD Y LA DISCRIMINACIÓN DE GÉNERO

EL PATRIARCADO EN LA HOMOSEXUALIDAD Y LA DISCRIMINACIÓN DE GÉNERO
 María Fernanda Pérez García

"De la recuperación de la maternidad depende el que la humanidad tenga o no tenga futuro; esta recuperación necesariamente supondría la recuperación de la sexualidad femenina y la recuperación de las relaciones armónicas entre hombres y mujeres: no hay otro modo de recuperar la maternidad"
Casilda Rodrigáñez
RESUMEN

El siguiente articulo tiene como objetivo analizar la discriminación entre grupos de homosexuales los cuales son estigmatizados por una sociedad humana patriarcal del consentimiento, la cual genera que el patriarcado se siga reproduciendo, formando individuos que agreden y discriminan todo aquello que salga del concepto de normalidad, el principal objetivo es  expresar la causa por la cual existe esta situación no solo como un problema social si no como un problema especifico entre la comunidad gay, se pretende mostrar que aun entre homosexuales se sigue reproduciendo el patriarcado desde la perspectiva de rol y genero, esto quiere decir que dentro de las relaciones entre parejas gay se adopta un rol independientemente cual sea tu genero, el cual define quien es que ejerce el poder y quien es el que recibe este.

Palabras clave: patriarcado, homosexualidad, discriminación, género, rol, machismo
La Cosmovisión de los seres humanos, la globalización social y el rol jerárquico de las familias contemporáneas, sustenta la figura del hombre como un ser evolucionado, una pieza clave que ha mantenido la supervivencia de la sociedad; minimizando la percepción de la mujer a tal grado de ser sólo un acompañante que presenta la inmaculada capacidad de procrear; a su vez, repugna cualquier otra orientación sexual a tal grado de ser una aberración humana. Estas líneas, podrán parecer irracionales, machistas y hasta sociópatas; lamentablemente, exhiben la cruda realidad que sigue vigente en el siglo XXI.
La figura del hombre como el macho alfa, el líder, el rey, el emperador, etc., se pueden resumir en la figura “prototípica del macho (Florescano, 1995)”; sus rasgos distintivos y el papel central que ocupa en todas las culturas del planeta, se destacan desde milenios atrás.
Como afirma Manuel Fernández Perera (1995): “mientras el macho fue impune (más aún, venerado, temido y obedecido ciegamente) y campeón por su estricto dominio, el mundo entero, no tuvo tal denominación”. Esto nos hace saber que el mito del macho es una construcción moderna, una elaboración contemporánea del poder del hombre en la sociedad, tesis que existe desde el principio de los tiempos, que se proyecta en la historia, pero imposible de rastrear más allá del siglo XIX; lo cual nos hace reconocer que la mayoría de las luchas "feministas" de fines de aquel siglo fueron, en efecto, libertarias, pero no contaron con que la definición del macho surgió en su época.
“Habrá que señalar, por principio de cuentas, que como con todos los prototipos cuajados en el añadido de leyendas, trazos esquemáticos, lugares comunes y dichos, la figura mítica del macho, es una creación social y una imagen colectiva (Fernández, 1995)”. Este perfil está anclado eminentemente en los mecanismos de la dominación, la sujeción, la imposición y el avasallamiento tanto personal como social, que se origina como en el Patriarcado[1], forma de organización que por milenios se ha amasado en el pensamiento del ser humano.
Estamos entonces frente a un fenómeno de carácter universal y ancestral. Pero también habría que señalar enseguida que esto no implica una suerte de resignación determinista, sino el simple reconocimiento e identificación de su probable sustento en el resabio. Esto es, por una parte, una superioridad de la fuerza física (en la absoluta mayoría de los casos) y, por otra, su manifestación en el conjunto de los comportamientos y pautas de conducta heredados por la reproducción cultural. Por asombroso que parezca, nunca antes como en la actualidad se había hecho tanta turbación por el Patriarcado pues se visualizaba como una regla bastante común.
El imperio ancestral del hombre siempre ha tenido manifestaciones culturales y representaciones dirigidas al despliegue social y a la consolidación de su poder: cetros, coronas, tronos, altares, espadas, relámpagos, flechas, atavíos, y sus correspondientes en el terreno de los epítetos, invocaciones, formulismos; “el culto al cuerpo, la fuerza física y la guerra, y todo tipo de ceremoniales, conformaron el gran aparato simbólico de la masculinidad y sus emblemas del poder (Florescano, 1995)”. Desde aquí podemos ver que son pocos los vestigios de cultos centrados en imágenes femeninas y muchos de los que existen cuentan con la contundente suplantación absoluta y definitiva por la figura masculina, que asumió la preponderancia desde la religión hasta el comercio, desde el control político hasta la autoridad doméstica. Nuestro particular sistema. Heredero del paterfamilias romano y el patriarca semítico (sus dos más evidentes cimientos, junto con el acusado masculinísimo de las culturas indígenas), ha reproducido hasta la actualidad esa hegemonía prácticamente sin rupturas aunque no sin descalabros.

En la Edad Moderna, y más concretamente desde la Ilustración, se ha ido minando de modo progresivo esa supremacía patriarcal, con la participación y la presencia pública del otro género: la mujer, símbolo de prosperidad y abundancia; pero también es en esta época donde se da la germinación, aunque aún negada, de las diferentes tendencias sexuales.
“Se ha tratado, en lo fundamental, de la crítica consistente del poder político concentrado en una solo persona y de su creciente atribución a otros cuerpos sociales: la burguesía, el campesinado, el proletariado, el pueblo, las mesas, por medio del Estado y de instituciones políticas representativas (Florescano, 1995)”. Movimientos que transforman a la sociedad y su cosmovisión, no sólo abordados por la mera cuestión del género, aunque lo ha mezclado sin duda, y que se ha multiplicado en incontables luchas libertarias con honda repercusión en las representaciones colectivas, el imaginario social, los estilos de vida y las culturas que las han transformado.
La cultura contemporánea se ha encargado de dar al mito del Patriarcado sus más prototípicas representaciones, patrones de conducta, atributos imprescindibles y demás alardes de su configuración; la reiteración nominalista como sujetos de jerarquización dominante, el afán de superioridad, la presunción de nunca aceptar una derrota aunque se esté equivocado y demás atributos que vuelven al hombre el dueño y señor de lo que le rodea.
Como menciona Marta Fontenla (2005) “El patriarcado o poder del padre, a diferencia de lo que se cree no es simplemente machismo, es penoso ver tanta lucha infructuosa entre hombres y mujeres, sobre quién es el más fuerte, quién es el más violento, es triste ver tanto odio recíproco”. El patriarcado básicamente es una estructura, un engranaje social que se configura empezando con la estructura familiar triangular madre-padre-hijo. En esta estructura se anula la capacidad y despliegue de la sexualidad de ambos, particularmente de la mujer, hablando de sexualidad femenina hay que referirse en su término más amplio que involucra también al desarrollo de la maternidad, que es el desarrollo de todo ser humano, porque nuestra estructura inicial depende del tipo de maternaje y entorno que tuvimos, por lo tanto, el patriarcado con la institución del matrimonio limita el desarrollo y expansión de la sexualidad de la mujer que configura la estructura de los nuevos seres y que pega muy fuerte en la estructura de la mujer, me centro en ella porque ella es la que luego trae otro nuevo ser.
El Patriarcado es tomado como un producto secundario de la tendencia caracterológica introducida por los estudios psicológicos; sería contrapartida de la tipología de la mujer histérica, la clasificación de las perversiones, la sexualidad infantil y otros patrones de conducta que se fueron fraguando poco a poco desde el siglo XVIII y que alcanzaron su consumación en las teorías de Sigmund Freud y otros psiquiatras. Tendría equivalentes en otros intentos de fijar y reglamentar con criterios pretendidamente científicos las patologías, perturbaciones, desviaciones, traumas, complejos y otras manifestaciones tipificadas como anormales o aberrantes. Esto es, los meandros de la psique, antes patrimonio exclusivo de las regiones y las doctrinas espirituales que la llamaban "alma" o "espíritu".
Esto quiere decir que se denomina al patriarcado como una forma de represión de la homosexualidad.
Nuestro siglo fue particularmente pródigo en este tipo de análisis -no pocas veces imbuidos de férvida imaginación y desatada fantasía-, que en sus afanes de aguda observación y disección a ultranza llegaron a generar postulados tan traídos de los pelos como el que vislumbraba la latente homosexualidad del donjuán, o su fatídica desgracia traumante al no poder encontrar plena satisfacción con una sola mujer, y muchas otras patrañas más que llegaron a calar en la opinión general y a volverse lugares comunes, integrándose al mito (En lengua española, algunos trabajos del Dr. Gregorio Marañón sobre cuestiones sexuales y del uranismo, a partir del Corydon de André Gide, fueron sonados y parecieron bastante atrevidos alrededor de los años veinte.)
La violencia de género fue definida por las Naciones Unidas en el año 1993 como “Todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, inclusive las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de libertad, tanto si se producen en la vía pública o privada”. Es fundamental la definición que proporciona Naciones Unidas porque sitúa la violencia de género como algo que afecta a las mujeres sólo por el hecho de ser mujer.
Según el antropólogo Marvin Harris las sociedades patriarcales son aquellas en que los puestos claves de poder son ocupados mayoritaria o exclusivamente por varones. Eso es lo que ocurre en nuestra sociedad a pesar de los esfuerzos: las caras del poder económico o político siguen siendo en su mayoría de hombres. Sin embargo, no existe ninguna norma ni discriminación explícita contra la mujer.
La catedrática Alicia Puleo define dos tipos de patriarcados, los de coerción y los de consentimiento. “Mientras que los primeros utilizarían más la violencia contra las que se rebelen ante las normas consuetudinarias, religiosas o jurídicas, los segundos incitan amablemente, convencen a través de múltiples mecanismos de seducción para que las mismas mujeres deseen llegar a ser como los modelos femeninos que se les proponen a través de la publicidad, el cine, etc.”.  La sociedad humana es entonces en una sociedad patriarcal de consentimiento.
 Habría que analizar lo que autoras como Gayle Rubin han llamado el sistema sexo-género al que pertenece la sociedad actual española, las características socioculturales que se atribuyen a cada sexo. Así se descubrirán las causas de la discriminación y en consecuencia de su manifestación más extrema que es la violencia de género.
 Identidad sexual
La persona a lo largo de su vida forja su identidad en relación al sexo al que pertenece. La historia ha destacado como cualidades masculinas “la fortaleza” y en las mujeres “la debilidad”. Conocida es la frase atribuida a la madre de Boabdil, el último rey nazarí, después de perder Granada “llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. En nuestra sociedad aún se considera que los hombres no deben expresar sus sentimientos. En cambio en las mujeres existe todavía una idealización de las relaciones afectivas justificadas en elementos socializadores como el cine que hacen que, como señalan Laura Torres y Miguel y Eva Antón, las mujeres perciban como normal el hecho de sufrir por amor, o que todo vale por conseguir al ser querido. Tampoco las connotaciones de las palabras son inocentes, como “soltero de oro” y “solterona”, que hacen que la mujer se sienta más aceptada si tiene un hombre al lado. Otro componente son las categorías, es decir, el valor que se da a lo femenino y lo masculino. Nuestra sociedad es deudora de un pasado en el que las aportaciones femeninas no eran valoradas, ya que existen muchos ejemplos de autoras que tenían que firmar con nombres de varón como Elisa Fernández Montoya,  o como la escritora Caterina Albert que publicaba bajo el seudónimo de Víctor Catalá.
Hoy esa infravaloración se observa en temas como la escasa atención al deporte femenino o en los premios culturales, que todavía en nuestro país están en un 90% para ellos y un 10% para ellas, y también en el rechazo y escaso valor que la sociedad otorga al trabajo en el ámbito privado, tradicionalmente de mujer.
Después vendrían las normas, las diferentes reglas de comportamiento para mujeres y para hombres. No hace tantos años en España una mujer casada no podía contratar una línea de teléfono sin el consentimiento de su marido. En la actualidad no hay desigualdad jurídica, pero aunque no haya una norma escrita las estadísticas demuestran que las empresas sienten reparos en contratar a mujeres en edad fértil.
 Detrás de las normas vienen las sanciones, la penalización que la sociedad pone a quien se sale de esas reglas establecidas. Hasta hace no tanto en nuestro país la mujer adúltera tenía mayor castigo penal que el hombre. En la actualidad los adolescentes reconocen que no es lo mismo que un chico vaya con muchas chicas, que lo haga una mujer.
Todas estas características del sistema sexo-género o del patriarcado de consentimiento se traducen en una subordinación de lo femenino a lo masculino y por lo tanto en una discriminación.
 El pasado no se borra
Existe un pasado difícil de borrar y unos elementos socializadores como los medios de comunicación, la educación o la familia que lo perpetúan. Aquí es donde reside la complicidad y culpabilidad de la ciudadanía. El momento en que aceptamos como normal algo que no lo es. Cada vez que aceptamos que una mujer cobre menos que un hombre, que su trabajo sea más precario o cuando pensamos que el maltrato de una mujer por parte de su pareja es fruto de un problema que sólo les afectaba a ellos. Porque detrás de esa mujer estaba la asunción de que vale más si tiene un hombre al lado o que es normal sufrir por amor. Detrás de ese hombre están las voces que desde niño le dicen que no podía mostrar sus sentimientos y todo lo que le ha llevado a asumir un sentimiento de superioridad y dominación.
La sociedad entera tiene en sus manos, por tanto, combatir la violencia de género. El primer paso es la educación trasmitir desde los contenidos educativos un mismo valor a las aportaciones femeninas y masculinas. Introducir en la escuela y en casa una mayor atención a la educación emocional de las niñas y de los niños.
También los medios de comunicación tienen su papel en esta lucha. El asesinato de una mujer nunca debe ser transmitido como un crimen pasional o un caso aislado, las noticias deberían hacer reflexionar sobre la ideología que hay detrás e invitar a toda la población a combatirlo. La implicación va más allá de incluir un número de teléfono cada vez que se hable de maltrato.
Quiero recapitular que el patriarcado ha existido desde la época de los primeros hombres ya que, dentro de estas el hombre era el que aportaba se veía como el que llevaba el sustento a si se le dio el poder podría decirse que era un patriarcado encubierto y no tan explicito, desde entonces se denomina a la mujer  como la que recibía y que  la cuidaba  de los hijos y la que atiende al proveedor, la perspectiva de la religión  con la aparición del primer hombre y la primera mujer ejerciendo un patriarcado un hombre que fue tentado por una mujer y expulsado del paraíso luego  creo a un hombre a su imagen y semejanza un dios que para ser específicos es hombre se deriva a la mujer de la importancia que debe tener desde las sagradas escrituras se ve como la dócil la que obedece la que no se queja y sufre por los hijos, si  avanzamos durante la historia del patriarcado nos daremos cuenta que el hombre siempre ha figurado como el papel importante dentro de la sociedad, dentro de la familia, como puedo decir que el patriarcado existe dentro de la comunidad gay, lo podemos ver desde la perspectiva de identidad de rol, esta identidad  que nos otorga la sociedad para hacer las cosas que hace una mujer y las cosas que debe realizar un hombre, a que me refiero a que aunque nuestra identidad sexual nos diga que biológicamente somos hombres o mujeres el rol es que el que define nuestras relaciones interpersonales, por ejemplo en las parejas homosexuales siempre existe una personalidad dominante la cual toma el poder por eso es muy común ver entre parejas del mismo sexo dos roles muy marcados de hombre o mujer, el patriarcado se reproduce desde el hecho de denominar dentro de la comunidad homosexual a un activo y un pasivo intrínsecamente se vuelve a denominar el rol que define la posición de poder en la que se van a encontrar, que pasa con la diversidad que existe en la homosexualidad, porque existe la discriminación entre esta comunidad la clave está en que se reproduce el patriarcado cuando adoptamos el rol que define ser hombre o mujer esto pasa con los travestis, su rol es de comportarse como una mujer pero su identidad sexual biológica es meramente masculina, son agredidos por la comunidad gay podríamos decir que el patriarcado se sigue reproduciendo aun en las relaciones homosexuales excluyendo dentro de este grupo a todo a aquel  subgrupo que se comporte de manera diferente o no cumplan con las reglas que entre esta comunidad se imponen, creo que en esta parte deberían unirse como grupo luchando por sus derechos y protegiendo a los subgrupos que están en  nuda vida.
FUENTES BIBLIOGRAFICAS
·       FERNÁNDEZ, Manuel. “El macho y el machismo”. Ed. Aguilar. México, 1995.
·       FLORESCANO, Enrique. "Mitos mexicanos". Ed. Aguilar. México, 1995.
·       FONTENLA, Marta. “Diccionario de estudio de género y feminismos”. Editorial Biblos. Argentina, 2008.
·       ROBLES, Javier “la familia nueva”. Editorial Pax México. 2013.
·        L. FRANZOI, Stephen. “ psicología social” .editorial Mc Graw Hill.1996.

DOCUMENTOS ELECTRÓNICOS:
·       “Crianza y Sociedad” (2007). Recuperado el 27 de agosto de 2015, de http://crianzaysociedad.blogspot.mx/2011/08/
·       “La sociedad patriarcal como causa de la violencia de género” (2013). Recuperado el 23 de agosto de 2015, de  http://tribunainterpretativa.com/sociedad-patriarcal-como-causa-violencia-genero/



[1] En su sentido literal significa gobierno de los padres. Históricamente el término ha sido utilizado para designar un tipo de organización social en el que la autoridad la ejerce el varón jefe de familia, dueño del patrimonio, del que formaban parte los hijos, la esposa, los esclavos y los bienes. La familia es, claro está, una de las instituciones básicas de este orden social (Fontenla, 2008).

No hay comentarios:

Publicar un comentario